Guatemala, 31 ene (EFE).- Unas 300.000 personas viven en Guatemala al borde de un abismo o debajo del mismo, con el miedo constante y latente de perder todo en un instante, incluida la vida.

La geografía fracturada que envuelve a un país repleto de bellezas naturales exuberantes también marca la vida de decenas de familias, asentadas en frágiles laderas con el riesgo de un desastre natural a la vista.

En el departamento central del país, regido por la Ciudad de Guatemala, existen 642 amenazas de deslizamientos, una registro solo superado por el occidental departamento de Huehuetenango, que alcanza los 1.110 puntos de riesgo de posibles aludes, de acuerdo a datos oficiales.

En total, Guatemala vive siempre con la sensación de que alguno de los 5.464 tentativos deslizamientos se convertirán en la siguiente tragedia, a la que se añade el riesgo también latente de inundaciones en 4.587 sitios a nivel nacional.

La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) es la institución que ha medido las más de 10.000 amenazas -entre deslizamientos e inundaciones- de riesgo, y cuyas principales víctimas suelen ser los más necesitados.

La pobreza condensa al 59 por ciento de los guatemaltecos y uno de cada cuatro viven bajo el umbral de pobreza extrema, de acuerdo a organismos internacionales. Es el escenario perfecto que sincroniza la necesidad con la geografía montañosa y la miseria de quienes llegan a ofrecer gangas por lotes o viviendas sentenciadas al colapso, como en el caso del barrio Nueva Esperanza.

Un hombre sexagenario que se dedica al mantenimiento en el área de hotelería, oficinas y vida nocturna de la capital guatemalteca, que pide no ser identificado, le contó a Efe que no puede dormir tranquilo, que siente el retumbo dentro de su casa y que no está seguro si su vivienda sobrevivirá el siguiente invierno, como se le conoce en el país centroamericano a la época de lluvia.

Las palabras a Efe llegan mientras el hombre se recuesta en la fachada de una de las decenas de casas que se partieron a la mitad en 2019, desplomadas al barranco debajo de la colonia Nueva Esperanza en Ciudad Peronia, en el municipio metropolitano de Villa Nueva, 20 kilómetros al suroeste de la capital.

Hace unos 24 años que el hombre sexagenario compró el lote a unos 15.000 dólares, donde construyó tres niveles a unos 20 metros a la orilla del abismo, separado del mismo apenas por la serie de casas en fila que se descascararon y las ocho llegaron incluso a derrumbarse por completo la última semana de octubre del año pasado.

Casi 200 familias, contando las de la colonia contigua Regalito de Dios, viven el mismo calvario, traumatizadas por las vibraciones continuas del inestable -y declarado inhabitable- terreno en el que aún viven varias de ellas y que, como el hombre de mantenimiento, se niegan a abandonar los hogares aún en pie por la falta de atención de las autoridades.

El ahora expresidente guatemalteco, Jimmy Morales, ofreció a inicios de noviembre pasado trasladar a las familias a otro sitio para "evitar una catástrofe", y mientras tanto se habilitó un espacio para su albergue.

Pero una manta de vinilo colgada en el albergue comunitario improvisado en el campo deportivo "El Campón", de Peronia, lamenta la ausencia de diálogo con los habitantes e invita al actual mandatario, Alejandro Giammattei, a llegar a conocer la condición de vida que enfrentan desde hace meses.

Conforme avanza el día, más gente se acerca a expresar su malestar e incertidumbre. Una señora, la propietaria de la última casa de la colonia Nueva Esperanza de la fila de viviendas construidas al aire, incluso señala que la Municipalidad de Villa Nueva, que ha brillado por su ausencia, no dudó en enviar el cobro del impuesto único sobre inmuebles.

"Me están cobrando 200 quetzales (unos 26 dólares)", asiente, incrédula ante la mirada al suelo de tierra del albergue organizado por los vecinos que arropa a unas 30 familias y que tiene 10 camas en total.

En 2001, la Conred comenzó a generar los informes -a la fecha son siete- dirigidos a la Municipalidad de Villa Nueva para "tener un mejor control de las aguas servidas", según el subsecretario de la entidad, Walter Monroy.

El funcionario advirtió que uno de los "canales de flujo" es uno de los detonantes que generó la "acumulación de humedad" en la zona de Nueva Esperanza, lo que se suma a los diferentes basureros clandestinos "que no tienen ningún tipo de control" y que, aunado a las "grandes precipitaciones pluviales", generaron el caos y por tanto los derrumbes.

Desde el barrio Regalito de Dios, donde la mayoría de las casas tenían piso de cemento pero paredes de lámina o madera, se observa la ladera sin fin, que da un aspecto de espiral, en la que confluyen los remolinos de polvo y los olores de basura que emergen hacia la orilla de lo que, hasta hace no mucho, fue una colonia.

Una zona habitacional, como cualquier otra, como la que había del otro lado del abismo, Nueva Esperanza y que cayó al vacío. Como aquellas otras que rodean Ciudad Peronia o cualquiera de los barrancos de la capital del país centroamericano, erigida sobre las estrías inundadas con vecinos que viven a merced del próximo colapso.

Emiliano Castro Sáenz