Managua, 24 ene (EFE).- Por su naturaleza las competencias paralímpicas atraen menos que las convencionales, en los II Juegos Paracentroamericanos Managua 2018 no ha sido la excepción, esto se debe a que aquí vale más el coraje que el color de las medallas.

Un ejemplo de eso se vivió en el Estadio Olímpico de Managua en la primera jornada de atletismo, el guatemalteco José Armando Velásquez iba de último en una competencia de 100 metros T37 (parálisis cerebral) y se desvaneció poco antes de la meta, aun así se levantó y completó la carrera.

Otra muestra fue la del hondureño Santos Aguilar, quien apenas logró entrenar una semana antes de viajar, sin guía ni adiestrador, al torneo de Managua 2018.

Velásquez eventualmente ganó medalla de plata en los 200 metros T37, Aguilar no subió al podio, pero ambos se sentían pletóricos después de las competencias.

"Las medallas vienen y van, pero uno gana estas oportunidades, lo importante es tener coraje para caer y levantarse", dijo Velásquez, a Acan-Efe.

"Es todo coraje, sobre todo porque tenemos poco apoyo, a veces no tenemos entrenadores, pero representamos con orgullo a nuestro país", sostuvo Aguilar.

Según el jefe de la delegación de Panamá, Andrés Rodríguez, "sólo por estar aquí ellos se sienten héroe, y después, todo lo que ganan ya no es normal, es un acto de gallardía".

Para el delegado panameño, los atletas con discapacidad toman el deporte como un trabajo y "le muestran al mundo que pueden hacer lo mismo y hasta mejor (que un atleta convencional) si les dan las capacidades".

A pesar de que el evento acoge a más de 300 deportistas con discapacidad, las unidades de salud de los eventos tienen menos trabajo que durante los XI Juegos Centroamericanos Managua 2017, realizados en diciembre pasado en Nicaragua.

"Trabajamos menos que con los atletas convencionales, con ellos teníamos bastante trabajo, porque el atleta convencional nos busca hasta como excusa de una derrota, pero el paralímpico es lo contrario, sabes que necesita atención y te dice que no le duele", señala César Ramírez, miembro del equipo de atención médica del evento.

La corredora nicaragüense Odalis Valdivia necesitó un vendaje luego de ganar medalla de oro en los 800 metros femeninos T20 (discapacidad intelectual), pero ni ella misma sabía por qué le dolía el tobillo derecho, pues no le dio importancia en el momento.

"Para ellos es su vida, compiten con tanta pasión, que nos sorprenden, a veces uno cree que ya llegaron al límite en la competencia, pero te dicen que pueden dar más", afirma el hondureño Moisés Velásquez, guía de atletas con discapacidad visual.

Es fácil pensar que cuando no hay medallas están los aplausos, lo que es bueno para el ego, pero los paralímpicos tienen una concepción diferente, pues nunca se presentan ante estadios a reventar y, por el contrario, a veces no hay más bulla que las de sus padres.

"Sin medallas no hacen falta los aplausos, aquí nosotros mismos nos hacemos la fiesta", explica el jugador de bocha BC1 (con parálisis, lanzan la pelota con la mano o el pie y pueden recibir ayuda), Yairon López, de Guatemala.

Para Rodríguez, estar al frente de un equipo paralímpico es "demasiado orgullo, porque el trabajo es bastante fuerte y ellos lo hacen en nuestros países, que no tienen gran nivel de accesibilidad".

Precisamente el vencer obstáculos y superarse a sí mismos es la razón de ser de estos competidores, más allá de las medallas, de los aplausos y de la fama.