Los videojuegos tuvieron su punto álgido en el momento de su aparición con la primera generación de videoconsolas. Este hecho supuso un gran boom debido a la enorme innovación que supuso para el mundo del ocio y del entretenimiento. El aumento y popularidad de este tipo de juegos se ha convertido en una parte cada vez más importante de la vida cotidiana de muchos jóvenes.

Debido a este aumento, en los últimos años, numerosas investigaciones se han centrado en los posibles efectos psicosociales derivados de este tipo de juegos, ya que estos aparatos electrónicos desempeñan un papel importante en el desarrollo del niño, quedando claro que pueden causar una serie de beneficios y perjuicios en el desarrollo cognitivo, social y conductual de los adolescentes (Ray and Jat, 2010).

Se puede concluir que cuando se aprende a jugar un videojuego se produce una mejora de la atención, tanto sostenida como dividida, ya que, debido a dicha curva de aprendizaje, se genera un aumento de la activación cerebral prefrontal y frontal.

Concretamente, un uso adecuado de este tipo de tecnologías se ha asociado a un menor tiempo de reacción en tareas de búsqueda visual y en discriminación forma/color, así como en el seguimiento de múltiples objetos (Green y Bavelier, 2003; Trick, Jaspers-Fayer y Sethi, 2005).

Sin embargo, el problema aparece cuando el uso de este modo de entretenimiento resulta excesivo, pudiendo llegar a ser adictivo (Griffiths, 2000; 2008a) y es aquí cuando empiezan a surgir problemas. Esto sucede especialmente cuando se trata de videojuegos online ya que el videojuego nunca se interrumpe ni termina y, además, tiene el potencial de convertirse en una actividad a tiempo completo, es decir, 24 horas los siete días de la semana (Chappell, Eatough, Davies y Griffiths, 2006; Grüsser, Thalemann y Griffiths, 2007; Ng y Weimer-Hastings, 2005).

Es aquí cuando los videojuegos se asocian con la aparición de problemas atencionales, los cuales se extienden hasta la adultez temprana (Swing et al., 2010), debido a una mayor exposición a hormonas del estrés como son la norepinefrina y el cortisol (Skosnik et al., 2000).

Es por esto que el uso de estas tecnologías podría estar relacionado, entre otras cosas, con el aumento de jóvenes con Trastorno de Atención e Hiperactividad (TDAH).

Asimismo, este déficit de atención puede asociarse a un peor rendimiento académico, lo cual supone uno de los aspectos más preocupantes para los padres. Es bien conocido que el abuso de la tecnología puede perjudicar el rendimiento escolar (Mossle et al., 2010). Otros estudios como el de Cummings y Vandewater (2007) han demostrado que los usuarios de videojuegos leen un 30 % menos que los niños que no lo son, así como que los primeros dedican un 34 % menos de tiempo a hacer sus deberes que los segundos.

Dicho peor rendimiento escolar también se relaciona con una mayor conducta antisocial. Más del 85 % de los videojuegos son de temática violenta, observándose cada vez una mayor tolerancia a los mismos, y, por ende, una promoción de la violencia a edades tempranas. Esto también afecta al cerebro, observándose una mayor activación de la amígdala en aquellos sujetos que hacen uso de videojuegos violentos, así como una menor actividad en áreas orbitofrontales, encargadas de las funciones ejecutivas, y que se relaciona con una menor capacidad de autocontrol y una mayor impulsividad.

Junto con esta mayor tolerancia a la violencia, también se produce una mayor probabilidad de consumo de alcohol y de drogas (hasta un 30 % según algunos estudios).

Además, este abuso de los videojuegos también tiene una serie de consecuencias sociales negativas como un mayor aislamiento social, no solo entre personas de su misma edad, sino también con sus padres, produciendo una relación afectiva débil. Socialmente, se ha observado un reforzamiento de estereotipos sociales de tipo racial o sexual (Dickerman et al., 2008).

Por lo tanto, es importante hacer hincapié en una buena psicoeducación como método de prevención de este tipo de adicciones.

Si observan en vuestros hijos  algunos de estos síntomas como la falta de atención, bajo rendimiento escolar, impulsividad o agresividad, es conveniente consultar a un profesional con el objetivo de disminuir los niveles de adicción a los videojuegos, así como los síntomas asociados ya mencionados.