
Dada la convocatoria del activista Héctor Vaca de ir el sábado 19 de noviembre a la pulga nueva a apoyar a los vendedores del mercado de Central Avenue, expulsados del Eastland Mall en enero, decidí apuntarme a la aventura.
Contrariando la costumbre de no moverme de la vivienda que habito en las mañanas de los fines de semana, llegué a las 9 en punto a “El Mercadito” en Gallería Boulevard, cerca de Sardis North Road, Monroe Road e Independence.
Observé los carteles bonitos y las advertencias del Banco Fifth Third prohibiendo el estacionamiento para los clientes del comercio informal. Desde la distancia se vislumbraba mucha actividad alrededor de los toldos de los alzados por los vendedores.

Pero, tan pronto ingresé al parqueadero de “El Mercadito” me estrellé con una lamentable decepción. En el pavimento alguien había dejado tirado un pote de cartón, y la tapa transparente de plástico con el utensilio para ingerir el líquido insertado.
En inglés el dispositivo se llama simplemente “straw” pero en español, dependiendo del país, recibe una amplia serie de apodos: popote, pajilla, paja, pitillo, sorbete, sorbeto absorbente, bombilla, cañita, varilla, heno, palillo, calimeto y carrizo.
A poca distancia de los primeros desperdicios, descansaban una botella, un frasco, servilletas, papeles y un talego con desechos, muestra de nuestra carencia de urbanidad y civismo. Me vino a la mente el encabrite que me daba hallar pañales de bebes usados en el piso de los aparcaderos de tiendas e instituciones financieras frecuentadas por nuestra comunidad.
Una de las primeras personas con quien me tope fue a Héctor, a quien le expresé mi molestia, pero el activista estaba ocupado con otros menesteres y fui testigo de un milagro político. El dirigente, con principios de izquierda, alcanzó a decirme que entre los vendedores había una gama de diversidad que agrupaba a latinos, afroamericanos, negros y nativos americanos.
Entonces apareció el excandidato republicano al Concejo Municipal de Charlotte, Charlie Mulligan, antípoda ideológico del director local de Action NC para dialogar sobre inquietudes surgidas durante las primeras horas de la reapertura del mercado de las pulgas.
Le comenté el asunto a Mulligan, pero también su mente estaba en asuntos más trascendentales como administrar el experimento que ha dado fin a una larga crisis y la esperanza de cimentar el mercado en los próximos dos años.
Recorrí el extenso estacionamiento, intenté comprar un cinturón, pero no tenía efectivo.
La simpática pareja mexicana, con treinta años de matrimonio, que vendía el cinto no tenía un dispositivo para aceptar tarjetas de crédito, lo que indica que los comerciantes necesitan actualizarse tecnológicamente. Pude adquirir la correa después de caminar hasta encontrar un cajero automático.
Además de ropa, los vendedores ofrecían electrodomésticos como licuadoras y otros de implementos de cocina. En uno de los puestos probé una bebida, acompañada con ricos trozos de mango y piña, aderezados con Chamoy, una masa de tamarindo.
Una venerable hermosa abuela de Oaxaca tenía en expuestos vestidos floridos, sombreros de cuero, estropajos, groseras fálicas cortezas del árbol del totumo, bellos variopintos alebrijes de madera, y en el campo gastronómico, chapulines, hormigas chicatanas, similares a las hormigas culonas de mi tierra colombiana.

Pasé a otro lado del mercado, desplazándome entre colchones, lavadoras, maniquíes femeninos desnudos en los prados. Súbitamente vi otro montón de basura en el suelo, y le pregunté a uno de los vendedores si había visto quien había tirado los desperdicios.
El señor López inmediatamente recogió los desechos.
“No está bien que pasen esas cosas. Debemos mantener el sitio limpio. Nos están dando oportunidades”, dijo.
Eso me dio esperanzas de que hay gente responsable y con sentido común entre nosotros los hispanos. Después me gané la lotería. Vi a un hombre con una gorra que llevaba el apellido Levine. Le pregunté si él era Daniel Levine, y me contestó que sí.
Perteneciente a una de las familias más acaudaladas de Charlotte, el Daniel de los Levine es un individuo afable, carismático y sencillo, con quien se puede hablar como si fuese un vecino.

Levine es el propietario del lugar donde están operando los pequeños comerciantes, para los cuales hizo un arreglo razonable, que respaldan el polémico concejal republicano Tariq Bokhari (republicano) y el polémico vicealcalde Braxton Winston (demócrata).
“Cuando fui al Concejo en enero entendí que todos habían tomado ventaja de esta gente”, anotó Levine refiriéndose a los vendedores de la pulga. “Deseo que prosperen, que ganen para que sostengan a sus familias”.
“Quiero que el lugar se llene de vendedores y los charlotenses venga a comprar”.
Me fui de “El Mercadito” a las 10:45 de la mañana. Nadie había recogido la basura de las 9.