Iwaki (Japón), 5 mar (EFE).- Los pescadores de Fukushima luchan desde 2011 por dejar atrás el estigma radiactivo que persigue a sus magras capturas y ahora temen un nuevo golpe con los planes de verter al Pacífico agua contaminada procedente de la central accidentada.

La prefectura de Fukushima era conocida por la calidad de su pescado y su marisco, entre otros productos, antes de que el terremoto y el tsunami de marzo de 2011 desencadenaran un desastre nuclear que esparció residuos radiactivos por aire, mar y tierra.

La industria pesquera local, una de las más castigadas por la catástrofe, trata desde entonces de recuperarse con capturas sometidas a estrictos controles de radiactividad, pero esas limitaciones y la desconfianza de los consumidores mantienen su negocio bajo mínimos.

MERCADOS SIN PRODUCTOS LOCALES

En la lonja de Onahama, al sur de Fukushima, escasos pescadores y mayoristas se dan cita una soleada mañana invernal tras una noche de tormenta que dejó en puerto a muchos pesqueros, aunque la meteorología no es la mayor preocupación de los marineros.

Lenguados, calamares y besugos frescos son analizados al llegar al mercado para medir los niveles de dos tipos de cesio radiactivo, y después puestos en venta si se comprueba que son seguros.

La pesca comercial se reanudó en la región hace nueve años de forma experimental, y desde entonces los controles muestran un descenso sostenido de la presencia de elementos radiactivos que ha permitido ampliar progresivamente la comercialización de especies, según datos oficiales.

"Hemos hecho muchos esfuerzos por recuperarnos desde el accidente nuclear. Poco a poco hemos ido aumentando las cantidades de pesca", dice a Efe el portavoz del sindicato de pescadores de Iwaki, Tadaaki Sawada.

En 2020 se capturaron en esta zona 4.500 toneladas de pescado y marisco, una mejora notable desde las 122 toneladas de 2012 pero menos de la quinta parte que antes del desastre nuclear en 2010, según datos de la asociación.

En el mercado minorista situado frente a la lonja se pueden comprar cortes de atún, almejas y jureles marinados y desecados procedentes del norte y sur de Japón, pero apenas se encuentran variedades de origen local.

"Es difícil vender pescado de aquí", según Katsuhiro Shiono, un pescadero que todavía recuerda con pavor el tsunami de 2011, que superó los dos metros en esta zona y cuya altura está marcada en un pilar del mercado.

UN PROBLEMA ACUCIANTE

Los estándares nipones sobre la presencia de sustancias radiactivas en alimentos son más estrictos que los de Estados Unidos o la Unión Europea, y aún así estos dos mercados imponen todavía ciertas restricciones a la importación de productos marinos de Fukushima, igual que otros países como China y Corea del Sur.

Los productores deberán enfrentarse a nuevos temores si sale adelante el plan del Gobierno nipón y de la operadora de la central accidentada de Fukushima Daiichi para verter al mar el gran volumen de agua originada por el accidente nuclear y parcialmente descontaminada que se almacena en las instalaciones atómicas.

El vertido controlado al océano Pacífico es la opción más viable que tienen sobre la mesa las autoridades japonesas para solucionar la acumulación de agua en la planta, uno de los problemas más acuciantes dentro del complejo proceso de desmantelamiento de Daiichi.

Se trata de más de 1,2 millones de metros cúbicos de agua empleada para refrigerar los reactores dañados en 2011, y posteriormente tratada para retirar la mayor parte de los isótopos radiactivos (excepto el tritio) y almacenada en enormes bidones dentro del recinto nuclear, cuya capacidad se estima que se agotará hacia mediados de 2022.

VUELTA A EMPEZAR

Los pescadores locales han protestado contra el vertido, mientras que la organización ecologista y antinuclear Greenpeace advirtió en un informe que esta medida "tendrá graves consecuencias a largo plazo para el medio ambiente, para las comunidades locales y más allá".

"Si el agua es segura y, si se explica de forma adecuada a la ciudadanía, en teoría no debería de ser un problema. Pero a la hora de la verdad puede generar nuevas dudas de la población y tendremos que volver a luchar contra la mala reputación", señala el portavoz de los pescadores de Iwaki.

"Después del accidente la gente no quería comer pescado de aquí, pero han pasado 10 años y ahora se sabe que estos pescados son examinados y seguros", dice por su parte Yasushi Niitsuma, propietario de una izakaya (taberna nipona) de Namie.

"Sería horroroso que volviera la mala fama", dice el dueño del establecimiento especializado en productos marinos.

Antonio Hermosín Gandul

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