Cristian (Rumanía) 25 feb (EFE).- Tres décadas después de que se consumara el gran éxodo de los sajones de Rumanía, los pocos integrantes de esta minoría de origen alemán que aún quedan trabajan para salvar las iglesias medievales fortificadas que construyeron sus antepasados.

Si hace un siglo esta comunidad tenía unas 300.000 personas, hoy apenas quedan 12.000 sajones en una zona situada al noreste de la capital rumana Bucarest y sureste de la capital húngara Budapest.

Los pocos que no han emigrado, sobre todo a Alemania, se enfrentan al reto de preservar las más 160 iglesias medievales fortificadas que se conservan en la región de Transilvania.

MUNDO DE AYER

"Estas iglesias tienen un gran valor sentimental, porque son el sitio en el que, después de las misas que aún se celebran los domingos, los sajones pueden hablar en su idioma y sentirse en aquel mundo que desapareció", explica a Efe Stefan Bichler, portavoz de la Iglesia Luterana en Rumanía.

Este empresario austríaco llegó a Rumanía a principios de la década de 1990, cuando el grueso de los sajones de Transilvania aprovechaban la apertura de fronteras tras la caída del comunismo en 1989 para emigrar a Occidente en busca de una vida mejor.

Una treintena de pastores luteranos celebra cada domingo misas en distintas localidades de Transilvania en las que se congregan fieles sajones de distintos pueblos de los alrededores.

USOS ALTERNATIVOS

Aunque son esenciales para la comunidad, los servicios religiosos no son suficientes para garantizar la viabilidad de estas iglesias rodeadas de murallas que los sajones construían en la Edad Media para refugiarse de los ataques de mongoles, tártaros y turcos.

"Nos hemos dado cuenta de que no es posible conservar o restaurar todas estas iglesias utilizándolas únicamente como lugares de culto, por lo que hemos encontrado alternativas en el turismo y otras actividades", cuenta Bichler.

La Iglesia Luterana, a la que pertenece la inmensa mayoría de los sajones de Rumanía, canaliza este esfuerzo a través de la llamada "Fundación para las Iglesias Fortificadas", creada hace ocho años, que cuenta con financiación de los Estados alemán y rumano.

"Las iglesias fortificadas son muy importantes en esta región porque son el centro de los pueblos", explica a Efe la portavoz de la fundación, Ruth István, que destaca la necesidad de "incluir a gente de fuera de la comunidad en la tarea de conservar estos monumentos históricos".

"La mejor forma de conservar un edificio es utilizarlo", asegura István, que explica que los sajones que quedan son demasiado pocos para utilizar regularmente un patrimonio, expuesto a la degradación y el pillaje cuando se abandona.

CULTURA Y CONCIERTOS

Un buen ejemplo de ello es la iglesia medieval de la ciudad de Bistrita, en el norte de Transilvania.

"Tanto la torre como una parte de la nave se la hemos cedido al ayuntamiento para que la utilice, por ejemplo, como sala de conciertos", cuenta Bichler.

"En los bancos de la iglesia caben centenares de personas, y los domingos no vienen más que treinta; igual que hemos hecho en otras iglesias, mantenemos los primeros bancos y el altar para celebrar misas y lo demás se utiliza para actividades culturales", dice.

Además de recaudar fondos para acometer las obras de restauración, la fundación colabora con artistas, arquitectos, artesanos y organizaciones culturales para preservar estas construcciones y hacerlas económicamente autosuficientes.

Hasta el estallido de la pandemia, los estudiantes y profesionales solían organizar con frecuencia exposiciones, simposios, festivales y ferias que atraían a la población local y a los turistas para dar vida a estos pueblos y recaudar así fondos para las tareas de conservación del patrimonio.

La pandemia ha interrumpido algunos de estos proyectos, pero István confía en poder retormarlos cuando regrese la normalidad.

PUEBLOS PEQUEÑOS

Mientras que el mantenimiento de iglesias fortificadas populares entre los turistas, como las de Biertan o Cristian, se financia con la venta de entradas, el patrimonio de zonas más remotas y con menos visitantes es el principal problema de la Iglesia Luterana.

"Nuestra prioridad son las iglesias que no son atractivos turísticos", dice István, que apuesta, a largo plazo, por atraer a jóvenes de las ciudades interesados en vivir en el campo e impulsar actividades culturales que den utilidad y rendimiento económico a estas construcciones sajonas.

"En esta zona existe un gran potencial en este sentido; Rumanía tiene una excelente conexión a internet y la gente puede fácilmente trabajar en las zonas rurales, que ofrecen una calidad de vida que no tienen las ciudades", concluye.

Marcel Gascón

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